Guadalajara

Desde Madrid se llega en un santiamén. Apenas un paseo por la autovía A-2 y el viajero llega a esta ciudad de cómodo vivir y, realmente, poco conocida. Escasas veces incluida en los circuitos turísticos tradicionales, Guadalajara es ciudad que bien merece una visita. Cierto es que no es una ciudad monumental al uso –para que engañarnos- pero tiene un encanto muy peculiar.

Y es que, pensando el viajero que aquí tan sólo va a encontrar el célebre y bello Palacio del Infantado, en el que concluiremos este paseo, seguro que acaba por sorprenderse cuando descubra lo mucho que se alarga el catálogo monumental local. Así, empezando por la muy curiosa y hermosa concatedral de Santa María, el caminar va descubriendo el original Palacio de la Cotilla, con su asombroso Salón Chino decorado en el vistoso –y sorprendente- estilo de la dinastía Qing (verdaderamente insólito en España); el Palacio de la Diputación, en la plaza Moreno; el Fuerte de San Francisco; el ecléctico y singular edificio del Ayuntamiento, en la plaza Mayor… en definitiva, que no va a tener el viajero en Guadalajara motivo para el aburrimiento.

Así es Guadalajara, una ciudad tranquila y de amplios parques como los de la Concordia o San Roque, amplias zonas verdes que se extienden por el centro de la población y que, llenos de vegetación, proponen deliciosos paseos entre estanques con ocas y patos, fuentes y terrazas.

Diferente es el paseo y el ambiente que espera en la Calle Mayor, lugar en el que se alzan algunas de las viviendas más antiguas de Guadalajara y camino que lleva –aparte de a la zona de marcha de la ciudad- al edificio más monumental de la ciudad: el Palacio del Infantado (ya mencionado más arriba). Levantado hacia el año 1480 por el segundo Duque del Infantado, Íñigo López de Mendoza, en este mismo solar se alzaban antiguas casas de la familia. Arrasado durante la Guerra Civil, el recinto palaciego fue reconstruido en el original estilo mudéjar y árabe. Una de las joyas del arte gótico civil, no debe de abandonarse Guadalajara sin visitarlo y tampoco sin comprar una caja de esos dulces a los que aquí llaman borrachos.