Avilés

Durante años, en Avilés se vivió, casi exclusivamente, de lo que producía la planta de Ensidesa. De la factoría venía el pan de las familias, y el humo negro que todo lo teñía. Cerrada la planta, a finales de los años 80, las gentes del lugar descubrieron nuevas formas de vida, entre ellas el turismo, un turismo que, de repente, y una vez las fachadas de las casas, se desprendieron de sus capas de hollín, descubrió uno de los cascos históricos más hermosos de toda Asturias. Entre hermosas casas indianas, construidas con los dineros de los nativos que hicieron fortuna en América, y tradicionales y modestas viviendas con soportales de madera, pasear por un centro histórico cerrado al tráfico constituye, sin duda alguna, un delicioso placer. En el paseo por Avilés conviene estar atento en la observación del entorno pues en ese entorno (urbano) los pequeños y bellos detalles abundan aquí y allá, ya sea en el esmero con el que se cuidaba el pavimento de las calles peatonales como en los cientos de flores, que, enraizadas en bien cuidadas macetas, prestan colorido a balcones y ventanas. En los cascos históricos de ciudades como Avilés, siempre hay lugares a los que siempre se acaba regresando se haya caminado por donde se haya caminado. Es éste el caso de la calle Galiana, sin duda alguna, la más fotografiada y transitada de toda la ciudad. En realidad, dejar que nuestros pasos nos guíen por ella, sin pensar en nada más, es una suerte de viaje en el tiempo, como si hubiéramos descubierto el modo de trasladarnos a días y años de la Edad Media. Enmarcada entre pasajes porticados, y escalonada de iglesias (se sea o no creyente, hay que entrar en San Nicolás de Bari), si hay algo que caracteriza a esta calle son las muchas plazas y parques de los que está rodeada. Entre los espacios verdes avilesinos, no se puede dejar de nombrar (ni visitar) el de Ferrara, el más grande de toda Asturias (entre las plazas, son escalas obligadas las de Carballo y Carlos Lobo). Luego, antes o después, habrá que pasarse por el Centro Internacional Niemeyer, un regalo para la vista y los sentidos.