Las lagunas de Ruidera

Viajando entre unas y otras la mirada del viajero descubre, gozosa, que ambos tipos sirven para prestar cobijo, descanso y manutención a un buen número de especies acuáticas… empezando por las muy numerosas porrón europeo y somormujo lavanco.

Mientras se atraviesan abandonados campos de cultivo y, poco a poco, reconquistados por manchas de sabina y encina, el viajero busca la población de Ossa de Montiel. Desde aquí, el viajero habrá que buscar, antes de llegar a la N-430 (Manzanares/Albacete), una pista asfaltada que, después de dejar atrás la cueva de Montesinos (donde la tradición sitúa a Cervantes escribiendo los capítulos XXII y XXIII del Quijote) y las ruinas del castillo de Rochafría, da con la Laguna de San Pedro, una de las más bellas de todo el parque… sobretodo si se llega hasta allí en las primeras horas del día o al atardecer.

Pensándolo bien, mejor madrugar para estar allí temprano. De esta forma, y con buena luz, el viajero podrá seguir su excursión por las siguientes lagunas del parque: Lagunas Tinaja, Tomilla y Conceja, con panorámicas de verdadero interés con orillas acantiladas; lagunas Redondilla y Cola de la Lengua; laguna Salvadora y Batana, ambas atractivas en sus cierres tobáceos; laguna Santo Morcillo y tras ella, la Colgada y la del Rey ambas simulando, a primera vista, una sola y gran laguna.

La llegada a la población de Ruidera marca un antes y un después en la excursión: la llegada de las lagunas bajas. Desde aquí, tomando la carretera que va a Argamasilla de Alba, la primera lámina de agua que aparece es la Cueva de Morenilla, más abajo, la laguna Coladilla y tras ella, la del Cenagosa. Por esta zona del parque, especialmente por ésta, habrá que llevar los prismáticos a mano: los carrizales de la zona son hábitat ideal para las aves acuáticas que por aquí viven.

Conviene aprovechar el momento y el lugar para desconectar. Y es que pocos parajes son tan especiales como Ruidera. La tranquilidad del otoño o el invierno estremece. El silencio, sobretodo en días en los que no hay mucho gentío (entre semana o en días en los que amenaza lluvia –sin miedo, ¿para que se han inventado las ropas impermeables?- es casi infinito, sólo roto, dulcemente, por el canto de los pájaros. La luz, los colores, los reflejos, el olor a campo… Los sentidos se despiertan y abrazan cada momento. Es posible practicar senderismo por pistas peatonales, adentrarse en refugios de fauna de acceso libre, practicar ciclismo por todas las orillas por caminos cerrados al tráfico motorizado, contemplar la avifauna, identificar una amplia variedad de flores silvestres y especies de árboles… ¿Qué más se puede pedir?. Todo es fácil, sugerente así que tan sólo habrá que aparcar el coche en el pueblo de Ruidera… y elegir que hacer.