Casablanca

Ciudad mundialmente conocida por la película homónima, Casablanca es capital económica de Marruecos, una ciudad cuyo skyline está perfectamente marcada por la Gran Mezquita de Hassan II, que se levanta, majestuosa, entre el cielo y el mar (dentro caben, nada menos que 25.000 personas –y eso sin contar la explanada adyacente en la que caben otros 80.000 fieles-). Evidente, con tales dimensiones, el templo es visible prácticamente desde cualquier rincón de la ciudad y más cuando, llegada la noche, se enciende un rayo láser en su minarete que apunta a La Meca.

Si uno sabe algo de francés, no tendrá problema alguno para moverse por las calles de esta ciudad y sin esas nociones también, puesto que, como descubre rápidamente el viajero, no será raro encontrar personas que prácticamente –y sin prácticamente- acompañan al lugar que se está buscando, por ejemplo Medina Nueva, un barrio muy agradable construido en los años veinte del pasado siglo para sustituir a la Medina Antigua, sucia, incómoda y amenazando ruina. Aunque el corazón de la ciudad nunca se trasladó hasta aquí del todo –tal y como era el objetivo inicial de sus promotores y constructores- por estar alejada del mar, resulta muy agradable pasear por esta parte de la ciudad que, con hechuras de medina tradicional, tiene árboles, fuentes, placitas, calles porticadas, agradables tiendecitas de artesanía y muy poco tráfico, algo que sorprende en una ciudad cómo esta, con un trafico bastante caótico en muchas zonas. También por estas callejas, y, por extensión, en casi toda Casablanca comercial, el aire huele a especias, casi sabe a especias. Y es que aquí la especia es la reina, y quien sabe y se maneja con ellas, es el rey.

Cierto es que, sobretodo algunos edificios, necesitan una profunda y urgente remodelación que recupere antiguos esplendores. También es cierto que, sobretodo en las zonas más comerciales, siempre tendrá el viajero a alguien a su alrededor que intente venderle algo, eso es cierto, pero no es menos cierto que esta ciudad guarda –y aguarda- muchos hermosos rincones tan desconocidos como sugerentes. Eso si, como sucede siempre que se viaja a otra cultura, hay que mirar a esa cultura con los ojos de esa cultura, no de la propia.

Casa, como la llaman cariñosamente sus habitantes, también tiene grandes avenidas y bulevares, sello inconfundible de la época del protectorado francés. La Plaza de las Naciones Unidas es el corazón de la ciudad y está cuajada de restaurantes y terrazas, así que bien vale el paseo de acercarse hasta allí para regalarse un almuerzo o un té al sol. En la Plaza de Mohammed V, el centro administrativo de la ciudad, está el Palacio de Justicia. Justo al lado el Parque de la Liga Árabe, hace las veces de gran pulmón verde de Casablanca por lo que muchos comerciantes han visto la oportunidad de abrir aquí cafeterías y teterías al aire libre. Sabían lo que hacían cuando lo hicieron, puesto que bancos, sombras y fuentes invitan al viajero a dejarse caer por aquí. A llegar hasta este lugar y dedicar un tiempo a ver pasar, ante sus ojos, retazos de la vida marroquí, con ancianas tapadas hasta la boca y jovencitas de vaqueros ajustados y aires europeos. Sin moverse del territorio, la mirada viajera descubrirá diversas construcciones del tiempo de la colonia francesa muchos de ellos de trazas art decó, un estilo que triunfó mucho en Casablanca: la iglesia católica del Sacré-Coeur, el ayuntamiento, la sede central de correos...

Para el final del día quedará acercarse hasta La Corniche, un paseo marítimo, junto a la playa, en la que la vida nocturna toma vida propia sin que la censura impida beberse una copa de alcohol o disfrutar de un baile sensual.