Casi en el límite provincial entre Lugo y Asturias, tres localidades, de nombres Ribadeo, Foz y Viveiro, hablan, a través de sus casones recios y pétreos, de fortunas hechas al otro lado del mar; de familias de anciano abolengo que guardan la tradición; de sociedades en las que los cambios son lentos…muy lentos.

Esplendido y desconocido, este tramo de costa es tan sugerente para el visitante cómo peligroso para el navegante…por los agrestes y afilados acantilados y cayos que del mar afloran…un mar que es bello, inmenso, poderoso…. Y peligroso. Si no se quiere afrontar los peligros que, día a día, afrontan los pesqueros locales en la mar oceana, quizás lo mejor sea disfrutarlo desde el puerto de Porcillán, en Ribadeo. Barcos pesqueros; un apacible paseo marítimo; recoletos restaurantes, ideales para iniciarse en la comida gallega…a un precio razonable; la lonja, con su ajetreo de pujas, compras y ventas…

Buscando el centro de de Ribadeo, el paseo llegará a la plaza do Campo y al cercano edificio del ayuntamiento…. antiguo pazo de los Ibáñez y vieja residencia del Marques de Sargadelos, singular personaje que fundó una cerámica que se vende por toda Galicia…y que fue fusilado por las tropas fernandinas bajo la acusación de afrancesado (en realidad, por humanista, liberal e ilustrado).

¿En búsqueda del más absoluto de los silencios?. Un paseo de dos kilómetros, a lo largo de dos kilómetros, hacia el fuerte de San Damián y el faro de Illa Pancha, será todo lo que habrá que hacer para conseguirlo. Ah…una aclaración: de los dos faros que allí se hallarán, el más antiguo (ya en desuso) es el que está pintado de azul.

¿Playa o catedral?

Saliendo de Ribadeo, recortando la costa, camino de Foz, el viaje encuentra, sucesivamente, las playas de Os Castros –uno de las mejores de Galicia- y la de As Catearais (las catedrales), a la que se llega por una estrecha carretera de litoral. Quizás publicitada en exceso durante los últimos tiempos, para visitar el lugar habrá que tener en cuenta dos cosas….siempre que sea posible hacerlo: conocer, previamente, el horario de las mareas (uno puede encontrarse con que las aguas cubren toda la playa) e ir allí en día que, se intuya, de poca aglomeración (con mucha gente, el encanto del lugar decrece). Pero bueno, muchas veces no se puede elegir…así que, mejor ir cuando se pueda, que perderse el espectacular acantilado de arcos horadados por milenios de batidas de olas. Nada más llegar, se comprenderá el porqué del nombre. Y es que las caprichosas formas de las rocas recuerdan a la nave de una catedral.

Foz, lugar turístico, por excelencia de la zona, ofrece unos arenales más que atractivos. Desde el mirador de Pico da Lebre, alzado en una montaña vecina del pueblo. Desde allá arriba, en días claros, se abraza todo el fantástico y maravilloso paisaje del litoral de la Mariña, desde Burela hasta Tapia de Casariego, ya en Asturias….incluidas, evidentemente las playas focenses de Llás, Peizás y Pampillosa.

Hacia Estaca de Bares

Sin abandonar el recorte del litoral, y teniendo la persepectiva del cabo de Estaca de Bares cómo final de ruta, el pueblo de Viviero no tarda en aparecer. Merece la pena detenerse, antes de llegar, en el Mirador del Monte San Roque. Desde allá arriba se ve todo Vivero…y hasta la isla de Colleira. Luego, una vez en el pueblo, lo suyo sería perderse por los alrededores de la plaza Mayor... de donde parten una serie de calles estrechas y peatonales caracterizadas por edificios con galerías y casonas medievales, con escudos y blasones. Algunas de sus calles más típicas, cómo a Rúa Pastor Díaz, una de las más concurridas por estar repleta de bares, restaurantes y tiendas; o Rúa do Muro, considerada una de las calles más estrechas de España, serán de obligada visita.

Y así, casi sin notarlo, el viaje ha llegado a su final….ha llegado a Estaca de Bares, lugar de extrema belleza donde el Atlántico y el Cantábrico mezclan sus aguas, y que, por lo impresionante de su entorno, las panorámicas que ofrece y la riqueza de su ecosistema, ha sido declarado Lugar de Interés Nacional y Zona Protegida. Merece la pena auparse al paraje que dicen El Semáforo, punto más alto del cabo e integrado en lo que fue base militar norteamericana. Además, si es aficionado a la ornitología, el venir hasta aquí regala un placer añadido. Y es que en pocos sitios, cómo aquí, se encontrará la variedad de aves que van y vienen mar adentro…tierra adentro.

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