¿Cómo sería la vida en la ciudad hasta el mismo instante previo a la explosión del volcán? ¿Qué estarían haciendo sus habitantes…antes de quedar sepultados bajo seis metros de cenizas?. Hasta ahora, cuando se visitaban las ruinas de Pompeya (Italia), uno tenía que recurrir a la imaginación (por mucho que la buena conservación del espacio ayude lo suyo) para responderse a estas preguntas. Sin embargo, ahora todo es mucho más fácil.

Dos de las casas mejor conservadas del célebre recinto arqueológico del sur del país de la bota, las de Polibio y Amantes Castos, se han instalado unos sugerentes e interesantes hologramas que constituyen una oferta cultural única en el mundo. ¿Apetece entrar, con la imaginación y desde estas breves líneas, en la que morada de Giulio Polibio?. Pues venga. No hay más que aceptar la invitación del propietario, quien ya espera a sus huéspedes a la puerta de su domus. A partir de este momento, es el dueño quien acompaña, con su voz, en el recorrido por su casa… mientras los perros ladran al fondo, avisando, gracias a ese sexto sentido del resto de los habitantes de la naturaleza –nosotros somos excepción en esto, al carecer de él-, de la inminente catástrofe ocurrida en aquel año 79 d.C. Durante la estancia en la casa, en la que se encontraron trece esqueletos, y gracias a las explicaciones de Polibio, vamos sabiendo cómo estaba amueblada y distribuida la casa de un hombre rico, cómo era su vida cotidiana, cómo estaban decoradas las habitaciones…Para llegar hasta aquí, dos opciones: o a pie…o en bicicleta, siguiendo un circuito de cinco kilómetros trazado por toda Pompeya.

A la sombra del volcán

Situada 26 kilómetros al sur de Nápoles, y bajo la imponente silueta del cono del Vesubio, lo primero que habrá que tener claro el tiempo del que se dispone…y saber que será imposible verlo todo en un día. Y es que son 44 hectáreas de ciudad…y un horario limitado de visita (de 8.30 a 17.00 h), por lo que habrá que seleccionar antes que se quiere visitar (la villa del Misterio, aunque queda fuera de lo que es propiamente la ciudad, debería ser subrayada en un rojo…muy rojo). Una visita media viene a durar unas cinco horas y no sería mala elección alquilar, a la entrada, una audioguía (7 euros) y siempre se puede elegir alguno de los recorridos preestablecidos. Se todas formas, lo más importante es dejarse empapar por el ambiente de Pompeya, descubrir unos curiosos antecedentes de nuestros pasos de cebra (unas piedras, con forma de cilindro y 25 centímetros de altura, sobre las que pasar en el cruce de una calle y con huecos, entre ellas, para que pasaran las ruedas de los carros; entrar en las casas, talleres, villas y tabernas….en definitiva, abrir la imaginación, buscar alguna de las muchas calles a las que no llega el turista apresurado y, sin prisas, sentarse a imaginar). Con poco esfuerzo, uno podrá trasladarse a la vida imaginada hace 2.000 años; viajar a un espacio en el que la gente hacía negocios, vivía, se divertía haciendo apuestas, asistiendo al teatro…o dejándose tentar en alguno de los archifamosos lupanares del lugar.

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