Viaje a Malta: Turismo en la isla de la luz y los colores
Suele coincidir casi siempre. Cuando a alguien recién llegado de la isla de Malta, ese curioso país anclado en mitad del Mediterráneo, se le pregunta qué recuerda de su visita a la isla, casi siempre responderá lo mismo: la luz y los colores. Y es que esa luz blanca, tan de este mar, y el ocre, el blanco y el azul, los tonos que todo lo impregnan, acaban por colocarse muy dentro en el alma del viajero que acierta a dejarse caer por allí.
Formado por dos islas grandes –Malta y Gozo– y un conjunto de islotes de los que tan sólo el llamado Comino está habitado (en Cominotto, Filfla y St. Paul no vive nadie), el archipiélago vive a caballo entre Europa y África y eso se nota en aspectos tan de la vida de los malteses como la comida, la estructura arquitectónica de sus edificios más antiguos….incluso su lengua, crisol de términos árabes, ingleses, italianos…y, en medida, otras tomadas de los muchos pueblos que han ido pasando por aquí: fenicios, romanos, árabes, normandos, españoles, franceses…
El nombre de la Valletta, una ciudad de apenas un kilómetro de largo por medio de ancho, fue tomado de la península sobre la que se asienta. Los caballeros de la orden de San Juan eligieron el emplazamiento, cuando, amenazada la isla por las invasiones otomanas, buscaron un enclave poco accesible desde el que defender la isla. A ser posible, en las horas primeras del día –según avanza la jornada (aunque esto dependerá de la temporada del año en la que se viaje -el exceso de turismo rebaja el encanto-) sería bueno que nos pasáramos por los viejos albergues que hospedaron a aquellos caballeros, los edificios construidos en su época: la Concatedral de San Juan; el Palacio del Gran Maestre; o la Casa Rocca Piccola.
Al amanecer –o al atardecer- cuando las callejas aún no se han llenado de gente (o se han vaciado) un manto de silencio y de luz suave y amable lo acaricia todo, una atmósfera preñada de historia se cuela hasta por los más pequeños y escondidos rincones del entorno. Si hay que aconsejar un paseo, lo mejor será dirigirse a la que llaman Puerta de la Ciudad, en la imponente muralla que abraza la ciudad. Al otro lado del muro, la calle Republic Street parece ser una suerte de imán que atrae absolutamente a toda la población de Malta. Es peatonal en casi la totalidad de su recorrido, y en ella se encuentran las tiendas más prestigiosas, los cafés más antiguos y algunos de los edificios más representativos. Dos de estos edificios son las iglesias de Santa Bárbara y de San Francisco, una frente a la otra. Allí mismo, Queen’s Square –el nombre oficial de la plaza es Republic Square, pero casi nadie la conoce por ese nombre- ofrece excelentes sugerencias, en forma de terraza. No lejos de allí, la calle de los Mercaderes –cómo bien dice su nombre- es lugar para hacer esas compras que parecen obligación en cada viaje. Allí, en los coloristas puestos allí montadas, en las pequeñas tiendas abiertas se puede encontrar casi de todo desde ropa a música pasando por libros y antigüedades.
Una excursión por la isla
Alquilar un coche, y perderse por la isla, es sencillamente algo que hay que hacer cuando se viaja a Malta. Con respecto a la dirección a tomar, y dado que siempre haya que empezar por algún sitio, pues nada, se pone dirección norte, en post de Sant Julian’s, un pequeño pueblo de pescadores levantado en torno a una pequeña, estrecha y alargada bahía de aguas turquesas y cristalinas. El lugar rezuma encanto, tanto que, ni siquiera la habitual concurrencia del lugar, menoscabar la paz y tranquilidad que parece teñirlo todo. Allí encontrará el viajero surtido de restaurantes en el que probar los pescados que, poco antes, aún estaban en las redes de los pescadores.
Tierra adentro, el viaje encuentra Mdina –la sonoridad árabe del nombre es más que evidente…una vez más- , una localidad que, en realidad, son dos: la Ciudadela y Rabat. La primera, amurallada, es más conocida como Mdina o Ciudad Vieja y constituye un bello conjunto de palacios, monasterios, iglesias, fortalezas y la Catedral. Calles estrechas, plazas amplias y pulcras… paseando por la villa siempre parecerá que el tiempo se ha detenido. Subir hasta lo alto de la Mdina o caminar por el perímetro de la muralla. Terminar la visita con una panorámica desde lo alto es muy, muy recomendable…