Vejer de la Frontera, el pueblo de la luz blanca

Cuando uno dice que va a viajar a Cádiz siempre hay alguien, en el entorno, que aconseja no dejar de visitar Vejer de la Frontera, una joya sobre la que revolotean halcones abejeros y cigüeñas negras. Un pueblo que combina arquitectura blanca y litoral costero y playero a menos de ocho kilómetros del centro del pueblo.

Tachonada de pinos y abedules, la colina en la que se encarama Vejer serpentea de calles dibujadas de casas de formas cúbicas, muros enjalbegados y formas tradicionales bien alineadas. Si uno lee una descripción del pueblo, bien podrá pensar que lo que está leyendo son unas líneas en las Juan Goytisolo describe su amado Tánger. Pero no, el viajero no ha cruzado el charco, así que está en Cádiz y no en Marruecos. Sin embargo, el hermanamiento cultural entre las dos orillas del Mediterráneo se hace evidencia en Vejer de la Frontera.

Es este pueblo en el que uno puede permitirse el placer de perderse con gusto sin miedo. Tarde o temprano, como atraído por un imán, siempre acabará el viajero dando con las tortas vejeriegas en la pastelería Galván. Así, cargado de energía podrá subir y bajar por un centro histórico que ha sido tan escrupulosamente respetado que ni se han colocado semáforos ni levantado edificio moderno alguno que desentone con el palacio del Marqués de Tamarón, casa solariega del XVIII, o, en la calle de Nuestra Señora de la Oliva, la Iglesia del Divino Salvador, templo que sorprende por su retablo cerámico, el alminar de la mezquita, afortunada y milagrosamente preservado, el románico-gótico en los arcos o el gótico tardío en el rosetón.

Con propuestas para diferentes tipos de viajeros, si se va con niños habrá que visitar los molinos del Parque del Viento (en uno de ellos se muestra la maquinaria y se ofrecen paseos en burro); el amante del arte habrá de acercarse a la Fundación NMAC, y visitar el museo al aire libre allí instalado (www.fundacionnmac.org); y el enamorado (los enamorados) habrán de acercarse, a la hora del ocaso, a la playa del Palmar. Allí un chiringuito, llamado El Cartero, ofrece conciertos en directo bajo techado de paja.