Toledo

Perderse por las calles de las muchas veces llamada Ciudad de las Tres Culturas, en recuerdo a los tiempos medievales en los que cristianos, judíos y musulmanes habitaron aquí, de una forma más o menos pacífica, es perderse por las intrincadas callejuelas de la judería, abandonarse a la fantasía de El entierro del conde de Orgaz en la iglesia de Santo Tomé o rendirse al abrumador gótico de la catedral.

Comunicada, directamente por carretera con Madrid, Ávila y Ciudad Real –además de por la conexión de Tren de Alta Velocidad, con Madrid-, en llegando hasta aquí ya comienza la visita a ser disfrutada en lo goce visual de las tranquilas y pictóricas vistas del río Tajo, con los agricultores trabajando sus campos de maíz. Y allí está Toledo, encaramada en su cerro (se llegue como se llegue, siempre se avistará Toledo desde la distancia). Y es que, erigida sobre siete colinas y vista desde la distancia, la ciudad de los mazapanes está abrazada de murallas que, a su vez, horadan puertas como la de la Bisagra, la más espectacular de todas ellas. Obra del arquitecto Covarrubias (siglo XVI) el nombre le viene por abrirse sobre la comarca toledana de La Sagra.

La plaza del Zocodover, corazón de la ciudad, queda poco más arriba. Este es el lugar al que todo viajero suele acudir a comprar una de las consabidas cajitas de mazapán. No le faltará oportunidad para hacerlo. Las pastelerías abundan en el entorno.

Entre la mencionada plaza y la espléndida catedral, un dédalo de recogidas y empedradas callejas (y muchas tiendas) hacen ameno el paseo. Los nombres de esta zona del callejero toledano (Tornerías, Chapinerías…) aluden a que esta zona, antaño llamada Barrio Rey, era el punto en el que se ubicaban las tiendas de concesión real, tales como guarnicioneros, zapateros, carniceros, confiteros…

Zona ésta muy transitada por los turistas, aún es posible encontrar por aquí rincones genuinos, como esos bares de mantel de hule en las mesas y especializados en carcamuses, un estofado elaborado a base de carne de cerdo, salsa de tomate y picante.

Dicho queda que la catedral, magnífica, esplendorosa, queda a tiro de piedra. Su torre de noventa y dos metros de altura, coronada por un campanario en la que la campana llamada La Gorda (dieciocho toneladas de peso), marca las horas del vivir toledano. Dentro, verdaderas joyas, como el Manto de la Virgen del Sagrario, bordado con cien mil perlas. Acabada la visita, otras visitas esperan, como el Monasterio de San Juan de los Reyes, las Sinagogas del Tránsito y Santa María la Blanca (reconvertida en interesantísimo Museo Sefardí), las iglesias de Santo Tomé, San Juan de los Reyes y San Justo, templo de insuperable acústica, tal y como deja patente la sonoridad del órgano mayor.

Al toledano le gusta pasear, pero también le gusta tapear. El recorrido destinado al picoteo se puede comenzar por la calle Alfileritos, donde Alfileritos 24, una antigua casa sofisticadamente reformada, añade una nota de modernidad a la costumbre toledana de recompensar la caña de cerveza con una generosa tapa. En la misma calle, el Livingstone pone el toque extravagante: un local decorado al estilo del África colonial en el que las raciones son muy buenas y muy castellanas, a excepción, claro está, de las brochetas de cocodrilo. Al seguir por la calle Alfonso X, hay que parar en Kumera y probar una ración de huevos rotos con picadillo de chorizo-. Son sólo algunas recomendaciones, puesto que haber más ahílas

Por último, y para hacer la digestión, bien que puede uno perderse por el Barrio de los Cobertizos, una zona de la ciudad aún poco explotada por los circuitos turísticos y en el que, aún se respira el silencio. Respírelo.