Burgos

Piedras de gótica talla, restaurantes y mesones en los que regalar el yantar con una olla podrida o un lechón, confiterías que son perdición y tentación para los golosos (las yemas de Burgos son irrechazables…de todo punto), claustros de monasterios en los que sentir la caricia del sosiega, bares de copas en los que gozar de la marcha nocturna… el viajero ha llegado a Burgos.

Seguro que el lector habrá oído muchas veces eso de que en Burgos sólo hay dos estaciones: el invierno y la del tren. No tendría mucho sentido negar que en Burgos los inviernos son fríos, aunque cada vez menos. Sin embargo, durante el resto del año, sobretodo en la primavera y el otoño, el clima que reina en la ciudad suele ser lo suficientemente agradable como para regalar al viajero una estancia más que agradable.

Con un centro histórico sobrio y genuinamente castellano, tallado y edificado en suave mezcolanza de elementos góticos y renacentistas, lo suyo es llegarse hasta allí después de haber atravesado el arco de Santa María, el más cercano a esa catedral gótico que, con toda justicia, es Patrimonio de la Humanidad. Frente a la fachada, bajo esa sucesión inacabable –e inabarcable- de rosetones, agujas, retablos y pináculos, el viajero se sentirá sencillamente… pequeñito.

Con señales aquí y allá que señalan que por allí pasa el Camino de Santiago, el paseo continua por el Arco de Fernán González; la calle Doña Jimena, con sus nidos de cigüeñas en los tejados; y, algo más adelante, en la parte más alta de la ciudad, el castillo (bien conservado) que tanto protagonismo tuvo en las Guerras de los Comuneros, allá por el siglo XV. No en vano, los Estúñiga, familia noble influyente de la época, apoyaron a Juana la Beltraneja, mientras que la ciudad hacía lo propio con Isabel la Católica. Ya sabemos como acabó todo.

No lejos de allí, el Centro de Arte Caja de Burgos (CAB), permite al viajero dar un espectacular salto –en un corto espacio de tiempo/espacio- del arte antiguo al contemporáneo. El edificio vanguardista que acoge la muestra es todo un contraste, que no desentona en absoluto.

No hace falta alejarse mucho para volver al medievo, a los días en los que el Cid partió, desde aquí, hacia el destierro. La hermosa iglesia de Santa Águeda (siglo XIII) o los estrechos callejones alumbrados de tenues farolas y aromatizadas con cocina de mercado, hace regresar un olor a tradición que, en realidad, nunca se va a marchar mientras se visita Burgos… una visita que bien puede terminar en una hermosa y peculiar plaza Mayor, en parte coloreada de vivos colores, en parte –lo que corresponde a las fachadas del Ayuntamiento y la iglesia de San Gil-, recia y austera.

¿Hemos dicho acabar? No, no se puede acabar el recorrer burgalés sin vivir la noche de esta ciudad. El barrio de Las Llanas espera.