Zamora

Buena mesa, edificios y calles con Historia, arquitecturas contemporáneas en las que predomina el acero y el cristal. Esto es lo que encuentra el viajero que, hoy en día, se acerca hasta la, aún, poco conocida y visitada ciudad de Zamora.

Ciudad miembro de la Red de Ciudades Modernistas Europeas, lo que no deja de sorprender a muchos, podemos recurrir a la famosa frase que habla de las dificultades con las que Zamora fue reconquistada en el año 1072, tras largo asedio, y decir que Zamora no se recorre (y conoce) en un día. En todo caso, y por se tuviera un solo día para visitarla, convendría hacer noche aquí y levantarse temprano para caminarla… olfatearla…oírla… descubrirla. Por ello, a eso de las nueve ya deberíamos de estar dirigiéndonos hacia los jardines de la fortaleza, fijándonos en los gestos y conversaciones –sin caer en el cotilleo- de los zamoranos que encontremos aquí y allá. Luego, cuando a las diez de la mañana abran el castillo, y nos sea permitido subir a las almenas, ya lo haremos teniendo una pequeña idea de la forma en la que vive, siente, la población local.

Cuando uno está subido en las almenas de la fortaleza uno siente que, en ese momento, tiene la ciudad a sus pies. Rescatado y restaurado de la ruina, las alturas del castillo ofrecen varios regalos. En primer término, en el recinto de los jardines recién visitados, el Museo Baltasar Lobo, dedicado al escultor zamorano (1910-1993) que fue amigo de Picasso allá en el exilio de París. Un poco más para allá, pegada al castillo, la catedral, techada bajo una hermosa cúpula bizantina. ¿Bajamos a visitarla? Dentro, opulencia por doquier y una soberbia colección de tapices flamencos. Extramuros de la seo está el Barrio de la Catedral, con nada menos que doce iglesias románicas y rompiendo el escenario medieval, en armónica ruptura, el Centro de Interpretación de las Ciudades Medievales, un edificio de cristal que, además de aprovechar un roto en la muralla, ofrece una soberbia balconada sobre el río Duero. Es arquitectura que, siendo rupturista, casi provocadora, mantiene un acertado equilibrio con el entorno, de igual forma que lo hace el Museo de Zamora, un cubo de formas diáfanas encajado entre el Palacio del Cordón y la iglesia románica de Santa Lucía.

El día avanza y el apetito hormiguea el estómago, así que toca acercarse a esa zona con tipismo de postal que es la Plaza Mayor –y su entorno-. Allí se puede, sentado o en la barra, antes de proseguir ruta hacia otras dos apuestas arquitectónicas de la ciudad: el Museo Etnográfico de Castilla y León y, al otro lado del soberbio Puente de Piedra, la Fundación Hispanolusa, conciertos, conferencias o teatro en un hermoso edificio construido sobre un crisol formado por las piedras arruinadas del viejo monasterio de San Francisco y vigas de hierro oxidado. Después, al caer la noche, vuelta al entorno de la Plaza Mayor, para vivir la noche….que es larga e intensa en Zamora.