La Serra do Courel

Caminando por los senderos y caminos que recorren la Sierra del Courel (Lugo), o recorriendo las carreteras que transitan este laberinto de montañas y valles, uno llega a la conclusión de que estos parajes se formaron en un momento de deliciosa locura en la Historia de la geología terrestre. 

Cuando la mirada del viajero, a pie o desde la ventanilla, descubre los afilados y profundos barrancos aquí tallados seguro que no podrá dejar de pensar en lo complicado que debió ser, en tiempos en los no existían asfalto ni carreteras, moverse por aquí. 

Uno puede pensar, sin miedo a equivocarse, que la vida no debió ser fácil. Claro que aquí, en su tiempo, hubo minas de oro que fueron profusamente explotadas desde tiempos de los romanos. Así, de la presencia romana por estas tierras, quedan los restos de viejas instalaciones mineras, puentes, acueductos –no en vano Courel, deriva de voces latinas que significan tierra de oro--. 

De aún antes, castros que los celtas construyeron en los oteros a modo de poblados fortificados. Este prolongado aislamiento de las grandes vías de comunicación, de los territorios más colonizados por el hombre ha permitido que la riqueza forestal del área se haya mantenido prácticamente inalterada hasta nuestros días

Talaron los romanos, en la planificación y construcción de sus infraestructuras mineras y lo han hecho nuestros contemporáneos, lo que ha afectado muy especialmente a las hayas, recluidas en las zonas más umbrosas y húmedas, y mucho menos a los castañares, abundantes en barrancos, alrededores de pueblos, colgados de las laderas de las montañas, en los perfiles de las aristas rocosas –las imágenes que se forman al atardecer son, sencillamente, espectaculares-

En definitiva, que el castaño está presente por doquier a lo largo y anccho de Serra do Courel (o Sierra del Coruel, si se prefiere). La verdad es que el castaño es el rey del territorio. Sus masas boscosas, sobre todo en otoño, ofrecen al viajero un paisaje único y alucinante. 

Las pequeñas parcelas de pasto verde son islas desperdigadas en un oleaje de colores rojos, dorados y anaranjados. Si apetece sumergirse en este paisaje, lo suyo sería acercarse hasta la pequeña aldea de Romeor, entre Seoane y La Faba. Allí comienza un pequeño sendero que lleva hasta un antiguo acueducto romano construido en el siglo III. 

Con una dificultad media/baja, hay que caminar tres kilómetros en paralelo –y, a veces, por dentro- al curso de un riachuelo que suele llevar bastante caudal, por lo que es aconsejable ir provistos de botas y linterna -unos 200 metros de recorrido, hasta llegar a la otra ladera de la montaña, son casi en penumbra-. Antes o después de comenzar a caminar, en el pueblo de Romeor se pueden visitar un molino y un horno aún activos.