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Península de Mani, el refugio de los Dioses

Después de aterrizar en Atenas, y alquilar un coche –por unos 160 €, una semana- lo suyo es coger carretera hacia la Península de Mani, en el punto más meridional de la Grecia peninsular… con tiempo, y sin prisas, para detenerse a picar en los puestos de comida que, cada día, se instalan a ambos lados de la carretera –por ejemplo, se asan cerdos que se venden en lonchas-. Al llegar a la ciudad de Kalamáta el viajero puede considerarse llegado a la puerta de esta idílica península y vieja morada de los dioses del Olimpo. Aquí, además de descubrir la existencia de unas deliciosas aceitunas negras con denominación de origen, se podrá aprovechar para hacer algunas compras. No faltarán oportunidades, si uno se pierde por las callejas que rodean al castillo. A partir de Kalamata, lo suyo es perderse por las carreteritas de la zona, olvidando las indicaciones más obvias, más seguidas. Por ejemplo, desde aquí lo normal sería dirigirse a Kámbos. Pero… ¿y si elegimos Kitrai? Si se opta por esta dirección, pronto se sabrá que se ha acertado con la elección. Y es que, durante una decena de kilómetros, la ruta atraviesa encantadores pueblecitos costeros, cuyas playas propician el baño (si no se muy friolero, incluso en invierno). En todo caso, es un buen lugar para parar a comer, con las aguas casi lamiendo los pies del viajero. Carretera adelante, parar en Kardamili, es casi una obligación. Villa tranquila con callejas que miran al mar, sería recomendable perderse por la parte vieja del pueblo –ahí una caseta de información en la que facilitan prácticos mapas-, caminar por su larga playa de guijarros blancos….y buscar, luego, la tumba de uno de los escritores de viajes más célebres que jamás han existido: el británico Bruce Chatwin. El escritor, amante de Grecia, pidió ser enterrado aquí….pero sin lápida alguna, lo que dificulta bastante la búsqueda del enterramiento, ubicado en una vieja construcción que queda a las afueras del pueblo. Aunque, al menos a simple vista, no lo parezca, es una iglesia ortodoxa. En un campo anexo, sin cultivar, descansan los restos del escritor. Un corolario de ensenadas Una fotografía aérea, o un simple mapa de la península trazado con detalle, describen la línea de litoral como un corolario de ensenadas, de pequeñas y recogidas bahías, de breves arenales. Luego, una vez en el lugar, el viaje descubre pequeñas sorpresas como el restaurante Voula Xzes kai Simera, en la localidad de Stoúpa, cuyos propietarios organizan cursos de elaboración de pan o recogida de aceitunas; los frescos de la iglesia de Agios Taxiarches, en Aerópolis; o, aunque para llegar hay que caminar tres kilómetros, la deliciosa bahía de Dyros. Además, sin abandonar los alrededores de Aerópolis, conviene acercarse a Pirgos Dirou, unas cuevas de unos dos kilómetros de longitud (la entrada cuesta 12 €), que se visitan a bordo de unas barcas que impulsa un barquero. Todo un espectáculo multicolor ofrecido por miles de estalagmitas y estalactitas que, en un trabajo de miles de años, ha creado la naturaleza. Prosiguiendo la marcha por el entorno de la costa, previa parada en Gerolimenas, para degustar una cerveza con denominación de origen que allí elaboran, el viajero encontrará que la carretera le ofrece dos opciones para proseguir el viaje. Una de las direcciones descubre, sucesivamente, Vathia, un pueblo enteramente construido a base de torres, y Cabo Tenaro, el punto más sureño de la península y al que tienen por puerta del Infierno. Si se opta por el otro ramal, además de descubrir el mejor tramo de costa de la comarca y hermosos pueblitos (Sichalasmata, Xirolakkos y, sobre todo, Lagia), se llegará a Githio. Villa de animada vida y que, según jura la tradición, fue edificada por Apolo y Hércules sobre el islote de Marathonisi, que está unido a Githio por un puente asfaltado, y en ella pasaron su primera noche Paris y Helena tras su fuga de Esparta. ¿Por qué no creer?

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