La cárcel de San Pedro y San Pablo de Roma

Tal y como señala la inscripción de la fachada, el edificio, o al menos una de sus partes más antiguas, se construyó en tiempos de los cónsules romanos Gaio Vibio Rufino y Marco Cocceio Nerva (entre los años 39 y 42 d.C –aunque la tradición atribuye el origen de la prisión a tiempos de los reyes romanos fundadores de la ciudad, esto es entre el 753 y 509 a. C-). Todas estas fechas darían margen para que hubieran pasado por sus calabozos los apóstoles Pedro y Pablo, martirizados en el Circo Máximo en tiempos del emperador Nerón (siglo I d.C), aunque estos hechos no tienen, por ahora, base histórica alguna… por más que la tradición cristiana se empeñe en ello. Lo que si se sabe es que por aquí pasaron ilustres personajes de la Roma republicana e imperial: los seguidores de Gaio Gracco (123 a.C.), el rey de los numidios, Giugurta (104 a.C.) los senadores Lentulo y Cetego (60 a.C.), el jefe de los galos, Vercingetórix (49 a.C.), el ministro del emperador Tiberio Seiano con sus hijos (31 d.C.) y Simón de Giora, defensor de Jerusalén (70 d.C.).

La verdad es que la visita merece la pena. Parte de un complejo que debió ser más grande, y que hoy ha desaparecido, el espacio actualmente abierto al visitante comprende dos estancias. Por un lado, a pie de calle, el lugar por el que los presos pasaban temporalmente, esperando condena o liberación. Bajo éste, y accesible por un agujero redondo abierto en el pavimento –hoy acondicionado con una escalera de caracol- el cadalso de los condenados, la sala en la que ejecutaba la sentencia de muerte por estrangulamiento o decapitación (según tocara).

Para hacerse una idea de lo que debió ser aquello, basta con leer la descripción hecha por el autor romano Salustio, quien describió el espacio subterráneo como de “12 pies de profundidad, cerrada alrededor por paredes y una bóveda de piedra. Su aspecto es repugnante, pavoroso por su abandono, oscuridad y hedor”.