Sicilia, la isla de la bota

No hay más que echarle un vistazo a los programas turísticos para darse cuenta que, excepción hecha de algún crucero que atraca algunas horas en el puerto de Nápoles, pocos son las agencias de viajes y tour operadores que programan viajes por Italia… más al sur de Roma. Una lástima, pues encanto tienen las regiones sureñas de la Península Itálica para dar y tomar… y lo mismo puede decirse de Sicilia, la isla que queda bajo el tacón de esa bota que tan familiar nos es desde los mapas escolares.

¿Y si dedicamos, pongamos, una semana o nueve días a recorrer la ínsula? Por Sicilia han pasado, de una forma u otra, casi todas las civilizaciones que, desde tiempos inmemoriales han dominado el mar mediterráneo, por lo que ya puede suponerse que el recorrido no estará exento de belleza, sugerentes descubrimientos…en suma, placer para los sentidos. Así pues, tomemos un mapa y tracemos una línea de Trapani al Etna y vuelta al punto de salida por el sur…y salgamos hacia allí.

La ruta comienza por el oeste

…o lo que es lo mismo, por Trapani, cuyo casco histórico habrá que recorrer –tómese el viajero esto casi como una obligación- de noche, bajo la excelente iluminación de sus viejas calles y monumentos, repartidos entorno a Via Torrearsa, Via Garibaldi y el Corso Vittorio Emanuelle. Perdiéndose por esta zona de la ciudad, el viajero irá teniendo noticia de soberbios edificios cómo los palacios de Riccio di San Gioacchino, Cavarreta o Senatorio; o templos, como la iglesia del Purgatorio o la propia catedral de San Lorenzo. Luego, después de la caminata, lo suyo sería comerse una deliciosa pizza en Calvino, una simpática, caótica y familiar pizzería del puerto.

Ha llegado el día siguiente, toca coger el coche y perderse por el oeste siciliano, con sucesivas escalas en Erice –pueblo de piedra e iglesia medieval entre normando y árabe-; Segesta –primer cara a cara con el mundo clásico (sorprenderá la excelente conservación de su teatro romano)-; Segesta –el parque arqueológico local presume de ser el más extenso de Europa-; y Marsala -pasear por su zona peatonal bastará para hacerse una idea del antiguo esplendor de esta ciudad famosa por su vino. Una visita a una de las enotecas del centro se hace, pues, imprescindible-. Toca regresar a Trapani y elegir una buena ostería (no faltará donde elegir) en la que cenar.

Palermo espera. Paciencia

El trafico en esta ciudad es un auténtico caos, así que…¿por qué ocultarlo?. Lo único que se puede hacer es cargarse de paciencia, llegarse hasta el centro y dejar el coche en un aparcamiento vigilado. Luego, siempre atento a la cartera, cámaras…Los descuideros abundan. Sin embargo, y a pesar de todo, Palermo es ciudad que merece su jornada de visita, unas horas para recorrer una ruta monumental y etnográfica que comenzaría por las catacumbas de los Capuchinos, con momias que parecen figuras de cera –los aficionados al morbo y al gore, alucinarán); la catedral; los viejos edificios históricos en el entorno de Quattro Canti (la plaza de las cuatro fuentes); las umbrías callejas del centro en el que el tiempo parece haberse parado, cómo si sus habitantes vivieran en una permanente siesta…

Ha llegado la noche y toca buscar refugio nocturno. La localidad costera de Cefalú (uno de los puertos desde los que salen barcos para las míticas islas Eolias) vendrá al pelo para este propósito. Población encajonada en el seno de un peñasco, pasa de ser en verano un animado destino turístico a convertirse, desaparecidos los turistas, en un tranquilo pueblo de vetustas casas de vieja nobleza y artísticas iglesias. Un consejo: busque una habitación con vistas al Tirreno… y goce de un soberbio amanecer desde la ventana de su dormitorio.

A la sombra del Etna

Taormina, la ciudad a la que, antaño, venían aristócratas y banqueros europeos a relajarse en sus magníficos hoteles, mientras contemplaban el Etna, queda cerca… lo que no puede decirse de su viejo encanto, hace décadas sepultado bajo la masificación y los aparcamientos/moles de siete pisos construidos a la entrada del pueblo. Por eso, siempre que sea posible (en realidad el consejo vale para toda Sicilia) hasta Taormina hay que llegarse fuera de temporada. Es entonces cuando el viajero hallará la excitación de pasear por el Corso Umberto I, entre palacios e iglesias, hasta desembocar en el teatro griego. Ah…y no conviene olvidarse de los jardines de Villa Communale de Florence Trevelyan, uno de los lugares más íntimos de toda la isla.

Líneas arriba ya ha quedado dicho que el Etna queda cerca… y apuntado que la visita al célebre volcán es ineludible visita. Para llegarse hasta él, hay que ir primero, por autopista, hasta Nicolosi; desde allí, caminando, al refugio Sapienza, desde donde sale un teleférico que nos deja a 2.500 metros de altitud. De aquí hasta el llamado refugio de la Torre del Filósofo (2.900 metros) queda una caminata ascendente de entre hora y media y dos horas. Desde este punto, seguir hasta la cumbre sin guía esta prohibido, pues el peligro es evidente, cómo demuestran las muertes de caminantes que, de tanto en tanto se producen. El tema es que apenas hay vigilancia que impida seguir…y el elevado precio de los guías anima a hacerlo en solitario (así pues, que cada cual elija lo que hacer, bajo su responsabilidad).

De regreso a Taormina, y después de cenar, se hace necesario regalarse un cóctel en la terraza de algún hotel con vistas a la bahía de Naxos. Son caros –no menos de 16 euros la copa- pero merecerá la pena… siempre y cuando se paladeé la copa con la bahía a los pies, apenas iluminada por las farolas de algún barco de pesca y la silueta del Etna al fondo (esto último sólo posible en noches de luna llena.. o casi). Las terrazas de los Villa Ducale o Metropole Maison D\'Hôtes cumplirán a la perfección con este propósito.

Hacia Siracusa

Si acaso, haciendo breve parada en Catania para conocer la plaza del Duomo (prácticamente lo único que merece la pena de esta ciudad), se llega a la zona arqueológica de Neapolis, a las afueras de Siracusa y donde el viajero hallará un tesoro arqueológico… empezando por el teatro griego –uno de los mejor conservados del mundo en su género- y donde, aún, se programan obras y que vio estrenar sus trabajos a Esquilo.

Una gran parte de la monumentalidad de Siracusa está en Ortigia, una isla unida a Sicilia por el puente Umbertino. Caminar por sus callejas es recrear la mirada entre palacios renacentistas, iglesias bizantinas y barrocas, algunas restauradas, otras abandonadas, muchas en obras. La guinda al paseo sería hacerlo saboreando un delicioso helado. No faltará oportunidad de hacerlo, pues se encontrarán muchos lugares de venta aquí y allá…por ejemplo, bajo los soportales de la plaza del Duomo.

Un banquete de barroco

Eso es lo que encontrará el viajero, en el proseguir de su viaje por las diferentes localidades del valle del Noto, todas ellas declaradas patrimonio de la humanidad por parte de la UNESCO: Noto, Módica (la fachada de la catedral de San Jorge está considerada, a nivel mundial, una de las maravillas del barroco –por otra parte, el chocolate de la localidad es supremo-); Ragusa… Por la noche, de regreso al hotel en Ortigia, se podrá asimilar lo visto mientras se degusta de una excelente cena.

El viaje ya está tocando a su fin… aunque antes haya que dejar atrás un nada edificante trayecto de más de cien kilómetros hasta Agrigento. Y es que no podría uno abandonar Sicilia sin conocer antes el hipercélebre Valle de los Templos. Se tarda entre dos y tres horas en recorrerlo, tiempo suficiente para intuir la grandeza, escondida bajo los capiteles en ruinas y los arquitrabes derribados, que albergaron los templos policromados construidos en honor de dioses/heroes cómo Castor, Pólux, Demeter, Heracles... y los que, por su excelente estado de conservación, sin duda serán más celebrados por el viajero: los de Hera y de la Concordia. Este último hará sentirse cómo en el escenario de una tragedia griega. Disfrútelo con sosiego….puesto que el viaje ha tocado a su fin

DATOS PRÁCTICOS

www.lasicilia.es

http://pti.regione.sicilia.it/portal/page/portal/PIR_PORTALE