Por las calles y plazas de Siena

En Siena hay tantas fuentes que, quizás exagerando un poco, bien podría decirse que su rumor cantarín se escucha por toda la ciudad incluso antes de llegar a ella. Una vez se llega, una vez que se la conoce, quedarse a vivir aquí es toda una tentación y quizás debió ser así siempre, dadas las muchas representaciones del bien y el mal que pueblan sus calles, representaciones en todo modo y forma: vitrales, gárgolas, llamadores, bocas de fuentes. Están por todos lados, por todas partes. Aparecen en objetos grandes y pequeños, lo mismo da. Están en iglesias, palacios, museos, vidrieras, farolas, candelabros…

Todo ello es casi tan peculiar como la trasera ajedrezada de su catedral. En ningún otro lugar verá el viajero cosa igual. En realidad, los motivos decorativos no son más que extensión de los que aparecen en el propio escudo de la ciudad. Luego, una vez dentro del templo, los recuadros a dos colores se transforman en bandas que abrazan todas las columnas y muros interiores, también en esos dos mismos colores. Al pasear por las naves laterales, hay que bajar la mirada hacia el suelo, hacia las losas que se están pisando: ocho mosaicos reproducen cada uno a una sibila, mezcla de ángel y demonio, algo que en el fondo somos todos.. ¿no?

No lejos de allí, ya fuera de la catedral, la plaza del Campo espera con una de las estampas más reconocibles que en este tipo de espacios pueden encontrarse en el mundo. Es la piazza del Campo, espectacular y única cuando está vacía o semivacía. ¿Qué decir de cuando tiene lugar en ella la fiesta del Palio (el 2 de julio y el 16 de agosto)?. Entonces, lo que ocurre es que la misma plaza se desborda por toda la ciudad. Entonces, toda Siena se llena de banderines y estandartes en balcones y palcos, toques de clarín y tambor, invocaciones y cánticos, antorchas y lamparillas, caballos y gentes vestidas con magníficos trajes de época con los escudos de los barrios medievales (Aquila, Drago, Gallo, Jiraffa, Leone, Orso...). Rojos, verdes, amarillos, azules entre los ocres de los edificios…no se puede contar. Hay que ir y verlo.

Una ciudad con mucho –aún- de medieval

Poblada de miles de estudiantes universitarios, y no pocos turistas o viajeros (depende del tiempo que se dedique a la visita y el modo en que se recorran sus lugares), Siena vive en el contraste de recibir su modo de vida (más bien sustento) del exterior, y ser, a la vez, poco permeable a lo que de fuera llega tal y como lo son las piedras en las que está tallada y levantada.

Para conocer la verdadera Siena hay que alejarse de Piazza del Campo (aunque eso no quiere decir que no haya que conocerla); hay que atreverse con las calles que quedan allá donde el pavimento se alza en escalera imposible; en los faroles de retorcidas formas; en los patios de atmósfera umbría y fresca. Esa es la verdadera Siena que se debe conocer, aquella que surge entorno a las siete de la tarde, cuando los sieneses salen a tomar el aperitivo. Entonces los bares se llenaran, lo que quizás tiente a alejarse. No lo haga. Uno se perdería la oportunidad de conocer la verdadera Siena, la verdadera Toscana…la verdadera Italia.