Parque Natural Sierra Norte de Sevilla
Al extender un mapa físico de Andalucía sobre la mesa de casa, uno descubre que Sierra Morena se extiende por gran parte del territorio de la comunidad autónoma pero que, según se alce en tierras de una u otra provincia varía su nombre: en Jaén la llaman sierra de Andújar; en Córdoba, sierras de Montoro y Hornachuelos; en Huelva, Aracena, y en Sevilla, Sierra Norte. Cada sector tiene sus propios rasgos, según sea la botánica, zoología o aspectos paisajísticos que le caractericen y la sierra Norte sevillana, lugar por el que ahora se desplaza el viajero, no iba a ser menos. Mientras se camina o se circula en coche por las carreteras y caminos serranos, merece la pena dejar resbalar la mirada por el entorno circundante. Pequeñas colinas cubiertas de árboles y labradas en desgastado suelo calizo, casi siempre cubierto de una alfombra de mullidos materiales e intensos tonos, acompañan la ruta. Camino, caminando, el paso sobre esta mixtura de tierra de oscuro ocre, tupido musgo y caída hoja de encina y alcornoque, apenas levanta un murmullo. De tanto en tanto, merece la pena detener la marcha, levantar la vista, mirar alrededor e imaginar como debió ser aquello cuando las aguas del mar cubrían el territorio. Antiguos fondos marinos de arrecifes, durante el Cretácico (hace 570 millones de años) las aguas se retiraron de allí y el suelo se consolidó en forma de calizas ricas en óxidos de hierro. El descubrimiento y explotación de este mineral, con el pasar de muchísimo tiempo, sería el fisonomista del paisaje de esta sierra. Y es que, desde tiempo de los romanos y hasta casi finales del siglo XX, la explotación minera de la zona se ha mantenido activa. Demasiado tiempo como para que el quehacer del ser humano no dejara allí huella indeleble. Básicamente explotadas a cielo abierto, las excavaciones han modificado en gran medida el relieve del terreno. Sin duda alguna, la mano del hombre y el cincel de la naturaleza han tallado un paisaje al que merece la pena acercarse… y los alrededores del río Huéznar son un buen lugar para hacerlo. En el corazón de la sierra El Huéznar, que nace en las cercanías de San Nicolás del Puerto, escinde en dos el Parque Natural de la sierra Norte, un lugar de rugoso relieve, centenarias dehesas y pueblos de tradición ganadera. En una y otra y otra vertiente del pequeño valle horadado por las aguas la vista descubre, sobretodo después de la temporada de lluvias, cuando el suelo está cubierto de un fino tapiz de hierba, piaras de cerdos ibéricos que hozan bajo las encinas buscando alimento. Para conocer éste y otros aspectos de la vida de la serranía conviene pasarse por el Centro de Información y Recepción de El Robledo, donde informan del sendero aquí propuesto y de otros rincones muy cercanos y de igual interés, como el cerro del Hierro o las cascadas del Martinete. Además de las aulas de la Naturaleza y las salas de exposiciones permanentes, el Centro posee un delicioso jardín botánico que hay que recorrer a pie. La visita dura apenas media hora, tiempo más que suficiente para admirar el vasto herbolario que atesora este rincón del Norte sevillano. Hacia el final del recorrido y a mano derecha hay un área de rapaces irrecuperables poblada de águilas reales, buitres leonados, búhos o halcones peregrinos. A medida que el viajero va entrando en el territorio del parque natural de la Sierra Norte de Sevilla, tras un breve viaje desde la capital de la provincia, va percibiendo que el paraje que visita es una suerte de microclima. A medida que la carretera se va empinando la vegetación se va haciendo más densa. El terreno se va cubriendo de grandes dehesas de encinas y alcornoques, de trecho en trecho intercaladas con manchas más modestas de castaños y olivos –no sería mala idea comprar algunos litros de aceite de oliva antes de volver a casa-. Una imagen espléndida de paisajes serranos moteada de cortijos y latifundios, capaces de cobijar una prolija muchedumbre de vida salvaje encabezada por ciervos, jabalíes, águilas imperiales y buitres negros. Hasta hace 30 años, desde la estación de Cazalla-Constantina partía un tren minero que llevaba hasta las minas del cerro del Hierro. Ahora, invadida de jaras y jaguarzos, recibe el nombre de vía verde de la ribera del Hueznar, e invita a ser pisada con calma para conocer de cerca las hermosuras de esta Sierra Morena. Hasta hace poco más de treinta años, un tren salía desde la estación de Cazalla-Constantina hasta las minas del cerro del Hierro, en pleno parque natural de la Sierra Norte de Sevilla. Aunque lo que fue el poblado minero de Cerro del Hierro apenas está hoy habitado por un puñado de familias, aún es posible distinguir en el lugar, hoy tranquilo, muchas huellas de lo que fue su pujante pasado. Ahí está, por ejemplo, la estructura de unas calles construidas, a finales del siglo XIX, por los que fueron propietarios de la cercana mina de hierro. Ya antes de llegar, según se viene desde vecina población de Constantina, a la vuelta de una curva, el viajero descubre el hermosa fotografía del kart al que se dirige: un paraje plagado de cuevas, simas, pasadizos, agujas…Un sendero, dibujado sobre lo que fue el trazado del antiguo tren minero, comienza justo en el lugar en el que se alza el deposito de agua que proveía a las antiguas máquinas de vapor. No lejos de allí, las viviendas construidas para los trabajadores ingleses de la mina. Antes de comenzar el viajero tomó un café en el bar del pueblo sin nombre visible y sin señalizar. Es el único que hay, aunque es cálido y muy, muy barato donde refugiarte cuando llueve. Y mejor hacerlo si llueve, puesto que en un paraje en el que abunda el hierro, mejor no exponerse a los rayos. Así lo aconseja un paisano…y mejor tenerlo en cuenta. No lejos de allí, el río Hueznar. Es sólo uno de los cauces que bajan desde estos parajes a desaguar en el río Guadalquivir. Los bosques del parque están rasgados de ríos y arroyos que nacen en las cumbreras de serrijones tan sonoros como el del Viento, del Agua, de la Graná, de Guadalcanal, del Pedroso y del Lorito, mientras corren hacia el sur en busca de las vegas del Guadalquivir. Las localidades cercadas por el parque, como Constantina, Cazalla de la Sierra, El Pedroso, Las Navas de la Concepción y un largo rosario de pueblos y pedanías, guardan un mundo rural con reminiscencias árabes salpicado de barrios moros, alcazabas, claustros mudéjares y callejuelas de fachadas encaladas. Son estos pueblos y aldeas en los que la gente gusta de dejarse llevar por maneras y conversaciones placidas, sin las prisas que, en otros lugares, tiñen hasta las más cotidianas de las acciones. Hábitos y costumbres antiguas que encuentran refugio en lugares como la zapatería artesanal de Sebastián Chamorro. Ubicada en el casco viejo de Navas de la Concepción, en la margen derecha del río Guadalbacar. Y lo mismo podría decirse de Ana Becerra, una artesana encajera que trabaja en San Nicolás del Puerto –“antiguamente coser era una tarea que reunía a las mujeres en las calles o en las casas, según hiciera calor o frío”-. En cualquier población de la sierra se puede escuchar el eco del pasado. Basta con callejear, dejar que el instinto oriente los pasos. Así, en un momento dado, el viajero entra en Puebla de los Infantes, camina por la avenida de Andalucía y se topa con los lavaderos de piedra en los que, antaño, las mujeres del pueblo se reunían con sus cestos de colada. Basta con cerrar los ojos, aguzar el oído y… dejarse llevar. Los viejos sonidos no tardarán en aparecer: los cuchicheos, el sacudir de la ropa contra las gastadas piedras, el sonido del agua corriendo… Las escenas que esperan agazapadas en las plazuelas, callejas y rincones de Puebla se repiten en otras poblaciones del parque: fachadas encaladas con primor, macetas de colorida variedad, rejas de artística forja… En la sierra no falta el agua –la zona tiene el mayor índice de pluviosidad de toda la provincia de Sevilla- pero los vecinos de Puebla de los Infantes continúan con una práctica que, cuando son descubiertos, lleva aparejada recriminación y, en casos, multa por parte de los municipales: sacar agua del antiquísimo pozo del pueblo. Otra circunstancia que comparten éste y otros pueblos de la sierra –en realidad es algo que se repite en muchas otras poblaciones españolas de similar tamaño- es que la iglesia suele permanecer cerrada fuera de los horarios del oficio religioso. El viajero entra en un bar y le informan, después de observarle, como es costumbre entre los lugareños, que tiene que ir a la casa de Monte, la vecina que vive frente a la iglesia y que, desde hace muchos años, se encarga de vigilarla, mostrarla y mantenerla en buen estado.
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