Cartago
Cualquiera que haya estudiado algo de historia reconocerá el nombre de Cartago como una de las grandes ciudades de la antigüedad. Y es que esta localidad hunde sus raíces en el Mediterráneo, con un pasado digno de ser visitado. Por suerte, son muchos los vestigios que se conservan a día de hoy y que podemos conocer en mi primera persona. Cartago se ubica, además, en un buen punto de Túnez, muy cerca tanto de la capital de este estado africano del Magreb como de otros pueblos de gran interés turístico del país como lo son La Marsa, Sidi Bou Saïd y Garmmath.
Centrémonos en su patrimonio para descubrir esta ciudad que tanta importancia tuvo en el devenir de la Historia. Fue fundada por Dido, princesa Fenicia, y en su costa se desarrolló la vida siempre en constante confrontación con griegos y romanos. De hecho, contra Roma tuvieron lugar las famosas Guerras Púnicas. De los tiempos del Imperio Púnico quedan muchas ruinas. Unas de gran importancia son las del Tofet (donde los púnicos sacrificaban a sus propios hijos y los enterraban en honor a los dioses), los puertos puertos púnicos o los barrios de viviendas, entre otros. La Cartago púnica fue casi destruida por los romanos, pero estos supieron sacarla de sus cenizas. Así levantaron una ciudad romana de la que se observan lugares como las impresionantes termas de Antonino, el teatro romano, las villas romanas... Hay que recorrer la zona. Es aconsejable ir o bien a primera hora del día o a última cuando el sol da un respiro. En caso de ir en horas centrales del día, hay que llevar protección solar, agua y algún accesorio que nos proteja la cabeza.
Para ver más restos, tanto púnicos como romanos, es aconsejable pasar al menos una mañana en el Museo Nacional de Cartago, donde encontraréis estelas grabadas, mosaicos, columnas, objetos de la vida cotidiana y un sinfín de detalles de la vida en aquella época. Tampoco hay que dejar de ver los restos de Damous el Karita, que recuerdan los primeros años de cristianismo en el lugar.
En la ciudad se respira el ambiente árabe de un país africano con sus casas rodeadas de cipreses, con sus colores blancos característicos. Merece la pena adentrarse por sus calles para disfrutar del olor a flores en primavera, de los murmullos de los vendedores o del calor de sus cafés morunos, donde siempre se puede tomar un té de menta. También se pueden encontrar restaurantes de comida típica, bastante económicos, que muestran la calidad de la cocina tunecina, en la que no faltan las especias y, en muchos casos, el pescado está presente.
Un lugar curioso es la Catedral de San Luis de Cartago, construida en el siglo XIX por los franceses cuando Túnez era un protectorado galo. Se ubica en la colina de Birsa. Al principio tuvo culto católico, pero con el paso de los años gracias a un acuerdo entre el Vaticano y la República de Túnez, la catedral fue transferida al estado y a día de hoy sus funciones son de centro cultural. Es curiosa ver la mezcla de estilos que se descubren en todos sus detalles.
Y toda esta historia se desarrolló al pie del Mediterráneo por lo que Cartago ofrece la posibilidad a los viajeros de combinar cultura y playa.
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