¿Todavía no conoces la capital portuguesa y todos sus atractivos? Aquí te proponemos cuatro motivos por los que deberías viajar a este maravilloso destino. Reserva tu hotel en Lisboa al mejor precio y pon rumbo a descubrir estos y muchos otros encantos de la ciudad, de la Costa de Lisboa y de sus alrededores.
Lisboa ha sabido dar el salto a gran capital europea sin perder el encanto de sus barrios tradicionales, conservando imponentes monumentos que hablan del pasado glorioso del pueblo portugués e impulsando nuevas zonas con un enorme potencial turístico. El núcleo urbano apenas supera los 500.000 habitantes, pero sus atractivos dan de sobra para una estancia de varios días. Por eso aquí va una sugerencia de cuatro lugares imprescindibles:
1 Baixa, el salón que mira al río
La Plaza del Rossio de Lisboa puede ser el inicio de cualquier visita a la ciudad. Es un concurrido punto de encuentro de turistas y lisboetas de toda condición que habitualmente se reúnen para beber chupitos en locales pequeños como A Ginjinha. Desde allí y buscando la salida al Tajo y una vez contemplados el icónico elevador de Santa Justa, las ruinas del Convento do Carmo y la Iglesia de Santo Domingo (escenario de al menos tres tragedias), se baja por la Rúa Augusta, eje central de La Baixa, barrio de diseño cuadricular que surgió tras el trágico terremoto de 1775 que destruyó la ciudad. Al fondo aparece la Plaza del Comercio, un imponente espacio diáfano que mira al río y en el que dominan el Arco Triunfal y la estatua ecuestre de José I.
2. El ambiente está en las calles de Barrio Alto de Lisboa
Si los paseos a la sombra viendo las tiendas más glamurosas se dan por la Avenida da Liberdade, los cafés son en Chiado y la fiesta nocturna hay que buscarla en Barrio Alto, una zona de Lisboa repleta de bares en los que pedir pretinhas (cerveza negra), mojitos y caipirinhas. Como los locales son muy pequeños y todavía está permitido, la gente sale con su copa a la calle y se pone a conversar en grupo aprovechando la agradable temperatura.
3. Sentirse parte de una postal en Alfama
Para conocer la esencia de la Lisboa costumbrista y decadente hay que adentrarse en el barrio de Alfama. Los mapas y los tacones deben quedar para mejor ocasión. Toca abandonarse a los paseos sin rumbo definido por callejas adornadas con la ropa que cuelga de los balcones, subir cuestas y escaleras solo por el gusto de descubrir nuevos rincones, visitar la Catedral de Sé y el Castillo de San Jorge, donde deleitarse con sus puestas de sol, arrimarse a las fachadas desconchadas al paso del fotogénico y turístico tranvía 28 y mezclarse con sus vecinos, niños que corretean por los adoquines y adultos despreocupados con los que sentarse a la mesa a degustar unas sardinas asadas regadas con vinho verde bajo el embrujo del fado. La recompensa por imbuirse del ambiente del antiguo barrio de pescadores llega con las preciosas vistas desde el Mirador de Portas do Sol donde admirar la inmensidad del río Tajo y el laberinto de callejuelas y tejados de casas bajas.
4. Belém, museo de la gloria portuguesa
Tomando el tranvía 15, camino de la desembocadura del río Tajo y a partir del Puente del 25 de Abril, surge el barrio de Belém, antigua puerta de salida de las expediciones de Vasco de Gama allende los mares, de las que ofrece testimonio el majestuoso Monasterio de los Jerónimos, de estilo manuelino, sufragado en buena parte con los beneficios que dejaba el comercio de especias y que guarda un precioso claustro de proporciones perfectas, así como las tumbas de Pessoa, Vasco de Gama y Luís de Camoes. Mirando a la costa sigue en pie la Torre de Belém, atalaya defensiva repleta de cañones que guardaba el acceso al puerto y que oculta una gárgola de rinoceronte que conmemora el primer ejemplar que en 1513 pisó suelo luso procedente de la India. Junto a ella, el Monumento a los Descubridores levantado en honor de los intrépidos marineros portugueses encarnados en Henrique el Navegante, que puso en el mapa las Azores, Madeira y Cabo Verde. En esta parte de la ciudad es obligada la parada en Pasteis de Belém, una pastelería que guarda celosamente la receta de sus pasteles, que se pueden degustar en alguna de sus amplias y siempre concurridas salas de azulejos.
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